jueves, 27 de marzo de 2014

Las azaleas del amor XVI

Nos desperezamos con los inicios de  la primavera , época de cambios de romper ciertos lazos y entrelazar nuevos como los tímidos brotes de los árboles que empiezan a asomar,cómo esos hermosos almendros en flor que se abren caminos entre brumas.Quiero desear  este  blog a todo  el mundo que esta ahí cada día a mi lado alentándome en todos y cada uno de los aspectos de mi vida,me lo daís todo y por vosotros merece la pena seguir. Espero que este nuevo capítulo no os deje indiferentes, un enorme abrazo a todos los que estáis cerca o lejos independientemente del barrio de la vida que nos esté tocando vivir. Buenas noches a todos.
 
Las azaleas del amor XVI
 
Nadie había vuelto a tocar este tema cuando una mañana, mientras
 
regaba las plantas en espera de un digno relevo escuché una voz
 
infantil que pedía socorro. Provenía del otro lado de la mansión. Me
 
acerqué y vi que junto a  la verja una pequeña niña lloraba
 
desconsoladamente. Su pelo tenía un
 
hermoso tono castaño anaranjado, las diminutas pecas de su cara
 
resaltaban entre las lágrimas que
 
resbalaban de sus ojos verdes como esmeraldas.          
 
- ¿Qué te sucede ?- La pregunté mientras abría la valla para que
 
pudiese entrar.
-  Es mi mamá. No puede respirar, no abre los ojos, ni habla. No se
 
que la pasa, pero lo peor de todo
 
es que no encuentro a mi hermano Albert. Él trabaja aquí ¿ No está
 
ahora ?- El corazón me dio un vuelco. Esa pequeña era la hermana de
 
Albert, tampoco sabía donde estaba y este era un momento 
 
bastante delicado para pensar en ir a buscarlo . Hice pasar a la
 
niña a la cocina  pensando que un vaso de leche caliente y unos
 
dulces  ayudarían a calmarla mientras yo subí a vestirme
 
rápidamente. Me puse unos vaqueros y una camisa blanca de lino.
 
Telefoneé al doctor Walters. Cuando bajé de nuevo a la cocina, el
 
servicio me observaba con curiosidad preguntándose el porqué  de mi
 
interés por esa niña .
La tomé de la mano y nos marchamos no sin  antes pedirles que
 
intentaran localizar a  Albert por todos los medios. Parecía que su
 
madre estaba muy mal .
El doctor Walters acudió apenas en media hora desde mi llamada, a la
 
mansión conduciendo su flamante coche , un Mercedes de corte clásico
 
de color negro azabache.
Era un hombre de edad  avanzada aunque podría decirse que
 
indefinida. Al mirarle parecía que el tiempo se había congelado para
 
él ,solo mostrándose en pequeñas arrugas alrededor de sus ojos de un
 
azul penetrante y las comisuras de sus labios. Su pelo plateado le
 
daba cierto aire de seriedad . Usaba un bigote muy bien cuidado y el
 
resto de su faz bien afeitada. Era el doctor de la familia desde que
 
mi madre nació. A mi me había visto en contadas ocasiones , pero
 
siempre había sido amable y me había comentado cuanto me parecía a
 
ella. Si me hubieran pedido que le describiera con un adjetivo
 
hubiera utilizado sin duda alguna el de caballeroso.
Cogió a Meg de la mano y comenzó a preguntarle con tacto los
 
síntomas que padecía su madre.
La niña contó entrecortadamente entre sollozos y suspiros que de
 
pronto había caído al suelo, se había quedado quieta y con los ojos
 
cerrados, pero no estaba muerta, su mamá no podía ir al cielo
 
todavía , se lo había dicho muchas veces. Realmente resultaba
 
conmovedor ver como la pequeña explicaba al doctor como era la
 
enfermedad de su madre.
- Te has portado muy bien , como toda una valiente. Creo que tengo
 
por aquí algo que te  va encantar -dijo mientras buscaba un caramelo
 
en la guantera de su coche -No , muchas gracias, solo quiero que
 
salve a mi mamá. Contestó Meg con ojos suplicantes.
 
El doctor me miró dubitativo. Meg se quedó dormida entre mis brazos 
-  Doctor ¿ tiene alguna idea de lo que puede sucederle a la madre de
 
Meg?
- Es muy difícil  dar un diagnóstico sin ver al paciente, pero te
 
aseguro que es grave, no te quepa duda. La señora Madeleine ha
 
tenido un corazón fuerte durante toda su vida, pero ha luchado mucho
 
y me temo que le ha llegado el momento de apagarse.
Al escuchar esto ,un escalofrío recorrió mi espalda. Era muy duro
 
pensar que esa pobre niña que
 
ahora dormía inocentemente podría quedarse huérfana. También Albert
 
rondaba en mis pensamientos. Algo en mi interior me decía que si él
 
perdiera a su madre de igual forma se echaría a perder en él esa
 
ternura que en los momentos más inesperados asomaba  a flor de
 
piel .
Quise tenerle a mi lado. Poder consolarle, infundirle la fuerza
 
necesaria. ¿ Dónde podría estar ?. Teníamos que salvar a su madre.
 
Costara lo que costara. Sería un nexo muy fuerte que siempre me
 
uniría él. Él me lo agradecería eternamente. Pero si fallábamos y no
 
llegábamos a tiempo...por alguna razón empecé a sentirme sola,
 
extraña y misteriosamente sola y frío , mucho frío, como si la mano
 
descarnada de mis sueños ocupara un lugar en ese coche y me
 
atenazara el brazo.
Mire a Meg. No me dejaría vencer . El doctor Walters y yo lo
 
lograríamos.
El coche se detuvo frente a una rústica cabaña de troncos. Desperté
 
a Meg que en ese momento no recordaba qué sucedía, pero pronto
 
volvió a la realidad.
La puerta estaba abierta. La casa aunque de aspecto humilde estaba
 
decorada con sumo gusto y cuidado. Invitaba a quedarse allí dentro,
 
como alejada del resto del mundo. Resultaba un lugar muy
 
hogareño.
Pasamos a la cocina, en el suelo yacía Madeleine. Walters la examinó
 
- aún respira aunque con dificultad, se trata de un paro cardíaco.
 
Ayúdame, la colocaremos en postura de recuperación para
 
después llevarla al  coche.
 
No deberíamos moverla pero dadas las circunstancias no podemos
 
arriesgarnos a esperar más tiempo. Obedecí  al doctor demostrando
 
una sorprendente sangre fría.
 
Llegamos al hospital , su respiración era ahora algo más rápida y
 
parecía que pronto podría recuperar
 
la consciencia. Los cuidados que el Doctor Walters la había aplicado
 
habían cumplido su cometido.
 
Enseguida habilitaron un quirófano donde comenzarían con las tareas
 
de recuperación. Walters entró a cambiarse, él se encargaría en todo
 
momento de esta paciente. Así transcurrieron dos largas y
 
angustiosas horas. Cuando por fin el Doctor Walters nos comunicó que
 
Madeleine estaba fuera de peligro, pero permanecería en el hospital
 
unos días para estudiar  su evolución , decidí que me trasladaría a
 
la cabaña para cuidar de Meg , que en todo momento se había
 
comportado, debidamente, como una niña más mayor de lo que realmente
 
era. Llamé a Alexander par a pedirle que me trajera algo de ropa al
 
hospital.
La noche parecía más oscura vista desde el interior de la cabaña,.
 
Preparé un poco de cena para las dos. También Lyon estaba hambriento
 
y deprimido. Necesitaba a su amo.
Meg era una niña muy dulce y cariñosa, pronto nos hicimos muy buenas
 
amigas
 
Meg ya es hora de acostarse  Porqué? Aún no tengo sueño ,además
 
estoy preocupada por mamá.
  Vamos cielo , tu mamá ya va a estar bien, lo sé.  Creéme - dije
 
esperando creérmelo yo también.
 De acuerdo , me iré a la cama, pero Lori cuéntame un cuento. Mamá
 
siempre me cuenta éste- Meg
 
me acercó un gran libro de cuentos que había en su mesilla. Antes de
 
quedarse dormida por completo
 
me dijo algo que se me grabó muy cerca del corazón - Eres muy
 
buena . Me gustaría que Albert tuviera una novia como tú.
Pasaron un par de días. Aún no se sabía nada de Albert. Alexander
 
nos llevaba al hospital y nos traía de regreso. Trataba a Meg como
 
si fuera una princesita, la regalaba muñecas, dulces, y todo lo que
 
se le ocurría que a la pequeña podría gustarle. Ella se lo agradecía
 
con una sonrisa, pues cerca de Alex apenas hablaba porque le
 
daba “muchísima vergüenza” .
Hasta ahora no nos habían dejado entrar a ver a Madeleine pero por
 
fin llegó el momento. Madeleine Seymour era una mujer de mediana
 
edad, su pelo era rubio y tenía los mismos ojos de Albert, si bien
 
estos eran menos duros que los de su hijo. De facciones perfectas,
 
era una mujer que presentaba un aspecto delicado pero en absoluto
 
enfermizo. En sus ojos se reflejaba la tremenda humanidad de esta
 
mujer y lo más sorprendente de todo es que resultaba capaz de
 
transmitirla.
Estos días viviendo en su casa rodeada de sus recuerdos había
 
aprendido a conocerla y también a quererla. Había visto fotos de su
 
boda con un hombre algo mayor que ella pero muy guapo y de gran
 
fortaleza física. Me fijé especialmente en las fotos de Albert
 
cuando era pequeño, su rostro estaba iluminado con la misma sonrisa
 
que tenía cuando sele veía rodeado de sus flores realizando su
 
trabajo. Todo esto propició que aún me sintiera más unida a él.
Meg entró primero en la habitación y yo esperé en la puerta, pero
 
ella se volvió y cogiéndome de la mano me hizo penetrar en la
 
estancia .
-  Le gustaría conocerte - me dijo - así , lentamente nos acercamos
 
al lecho donde reposaba su madre.
 
Madeleine presentaba un aspecto exhausto, agotado pero a la vez se
 
la veía feliz, orgullosa de haber
 
ganado una vez más en la batalla de su vida.
- Soy Lori Anne Baker Lowenfeld  - me presenté tendiéndole mi mano
 
- ¿ Sabes ? Ella me ha cuidado y me ha contado nuestros cuentos
 
favoritos  - Una pálida sonrisa esbozó en el demacrado rostro de la
 
señora Seymour. - Es una buena chica- Dijo Meg graciosamente,
 
asintiendo con su cabeza como queriendo afirmar que era cierto
 
aquello que decía.
-  Ahora puedo dar gracias a Dios porque están conmigo mis dos
 
pequeñas. Acercaos, dejadme que os bese. - Me quedé sorprendida al
 
escucharla oír decir eso . Posiblemente la enfermedad la había
 
agotado en exceso trastornando su visión del presente, y ahora
 
permanecía en un estado de semi -
 
realidad. Sin embargo ella estaba muy consciente y sabia
 
perfectamente bien a que se refería. 
Permanecimos un tiempo junto a ella hasta que se volvió a quedar
 
dormida. No debíamos debilitarla más.
Por la noche Meg y yo estábamos recostadas en un sofá en silencio.
 
Lyon a nuestros pies reposaba tranquilo. Pero enseguida comenzó a
 
 
alterarse y a ladrar. Alguien estaba abriendo la puerta.
-  Meg , mamá , ya estoy aquí y traigo muy buenas noticias
Albert había regresado. Le miré desde el umbral de la puerta, Meg
 
fue corriendo a sus brazos, y le contó todo lo sucedido. De pronto
 
Albert palideció y tras obligar a Meg a que se fuera a la cama,
 
mirándome con ojos henchidos de furia me exigió de forma violenta
 
que abandonara esta casa.

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