Nos desperezamos con los inicios de la primavera , época de cambios de romper ciertos lazos y entrelazar nuevos como los tímidos brotes de los árboles que empiezan a asomar,cómo esos hermosos almendros en flor que se abren caminos entre brumas.Quiero desear este blog a todo el mundo que esta ahí cada día a mi lado alentándome en todos y cada uno de los aspectos de mi vida,me lo daís todo y por vosotros merece la pena seguir. Espero que este nuevo capítulo no os deje indiferentes, un enorme abrazo a todos los que estáis cerca o lejos independientemente del barrio de la vida que nos esté tocando vivir. Buenas noches a todos.
Las azaleas del amor XVI
Nadie había vuelto a tocar este tema cuando una
mañana, mientras
regaba las plantas en espera de un digno relevo escuché una
voz
infantil que pedía socorro. Provenía del otro lado de la mansión. Me
acerqué y vi que junto a la verja una
pequeña niña lloraba
desconsoladamente. Su pelo tenía un
hermoso tono castaño
anaranjado, las diminutas pecas de su cara
resaltaban entre las lágrimas que
resbalaban de sus ojos verdes como esmeraldas.
-
¿Qué te
sucede ?- La pregunté mientras abría la valla para que
pudiese entrar.
-
Es mi mamá. No
puede respirar, no abre los ojos, ni habla. No se
que la pasa, pero lo peor de
todo
es que no encuentro a mi hermano Albert. Él trabaja aquí ¿ No está
ahora ?- El corazón me dio un vuelco. Esa pequeña era la hermana de
Albert, tampoco sabía donde estaba y este era un momento
bastante delicado para pensar en ir a
buscarlo . Hice pasar a la
niña a la cocina
pensando que un vaso de leche caliente y unos
dulces ayudarían a calmarla mientras yo subí a
vestirme
rápidamente. Me puse unos vaqueros y una camisa blanca de lino.
Telefoneé
al doctor Walters. Cuando bajé de nuevo a la cocina, el
servicio me observaba
con curiosidad preguntándose el porqué
de mi
interés por esa niña .
La tomé de la mano y nos marchamos no sin antes pedirles que
intentaran localizar
a Albert por todos los medios. Parecía
que su
madre estaba muy mal .
El doctor Walters acudió apenas en media hora
desde mi llamada, a la
mansión conduciendo su flamante coche , un Mercedes de
corte clásico
de color negro azabache.
Era un hombre de edad avanzada aunque podría decirse que
indefinida. Al mirarle parecía
que el tiempo se había congelado para
él ,solo mostrándose en pequeñas arrugas
alrededor de sus ojos de un
azul penetrante y las comisuras de sus labios. Su
pelo plateado le
daba cierto aire de seriedad . Usaba un bigote muy bien
cuidado y el
resto de su faz bien afeitada. Era el doctor de la familia desde
que
mi madre nació. A mi me había visto en contadas ocasiones , pero
siempre
había sido amable y me había comentado cuanto me parecía a
ella. Si me hubieran
pedido que le describiera con un adjetivo
hubiera utilizado sin duda alguna el
de caballeroso.
Cogió a Meg de la mano y comenzó a preguntarle con
tacto los
síntomas que padecía su madre.
La niña contó entrecortadamente entre sollozos y
suspiros que de
pronto había caído al suelo, se había quedado quieta y con los
ojos
cerrados, pero no estaba muerta, su mamá no podía ir al cielo
todavía , se
lo había dicho muchas veces. Realmente resultaba
conmovedor ver como la pequeña
explicaba al doctor como era la
enfermedad de su madre.
- Te has
portado muy bien , como toda una valiente. Creo que tengo
por aquí algo que
te va encantar -dijo mientras buscaba
un caramelo
en la guantera de su coche -No , muchas
gracias, solo quiero que
salve a mi mamá. Contestó Meg con ojos suplicantes.
El
doctor me miró dubitativo. Meg se quedó dormida entre mis brazos
-
Doctor ¿
tiene alguna idea de lo que puede sucederle a la madre de
Meg?
- Es muy
difícil dar un diagnóstico sin ver al
paciente, pero te
aseguro que es grave, no te quepa duda. La señora Madeleine
ha
tenido un corazón fuerte durante toda su vida, pero ha luchado mucho
y me
temo que le ha llegado el momento de apagarse.
Al escuchar esto ,un escalofrío recorrió mi
espalda. Era muy duro
pensar que esa pobre niña que
ahora dormía inocentemente
podría quedarse huérfana. También Albert
rondaba en mis pensamientos. Algo en
mi interior me decía que si él
perdiera a su madre de igual forma se echaría a
perder en él esa
ternura que en los momentos más inesperados asomaba a flor de
piel .
Quise tenerle a mi lado. Poder consolarle,
infundirle la fuerza
necesaria. ¿ Dónde podría estar ?. Teníamos que
salvar a su madre.
Costara lo que costara. Sería un nexo muy fuerte que siempre
me
uniría él. Él me lo agradecería eternamente. Pero si fallábamos y no
llegábamos a tiempo...por alguna razón empecé a sentirme sola,
extraña y
misteriosamente sola y frío , mucho frío, como si la mano
descarnada de mis
sueños ocupara un lugar en ese coche y me
atenazara el brazo.
Mire a Meg. No me dejaría vencer . El doctor
Walters y yo lo
lograríamos.
El coche se detuvo frente a una rústica cabaña de
troncos. Desperté
a Meg que en ese momento no recordaba qué sucedía, pero
pronto
volvió a la realidad.
La puerta estaba abierta. La casa aunque de
aspecto humilde estaba
decorada con sumo gusto y cuidado. Invitaba a quedarse
allí dentro,
como alejada del resto del mundo. Resultaba un lugar muy
hogareño.
Pasamos a la cocina, en el suelo
yacía Madeleine. Walters la examinó
- aún respira aunque con dificultad,
se trata de un paro cardíaco.
Ayúdame, la colocaremos en postura de
recuperación para
después llevarla al coche.
No deberíamos moverla pero dadas
las circunstancias no podemos
arriesgarnos a esperar más tiempo. Obedecí al doctor demostrando
una sorprendente
sangre fría.
Llegamos al hospital , su respiración era ahora algo más rápida y
parecía que pronto podría recuperar
la consciencia. Los cuidados que el Doctor
Walters la había aplicado
habían cumplido su cometido.
Enseguida habilitaron un
quirófano donde comenzarían con las tareas
de recuperación. Walters entró a
cambiarse, él se encargaría en todo
momento de esta paciente. Así
transcurrieron dos largas y
angustiosas horas. Cuando por fin el Doctor Walters
nos comunicó que
Madeleine estaba fuera de peligro, pero permanecería en el
hospital
unos días para estudiar su
evolución , decidí que me trasladaría a
la cabaña para cuidar de Meg , que en
todo momento se había
comportado, debidamente, como una niña más mayor de lo
que realmente
era. Llamé a Alexander par a pedirle que me trajera algo de ropa
al
hospital.
La noche parecía más oscura vista desde el
interior de la cabaña,.
Preparé un poco de cena para las dos. También Lyon
estaba hambriento
y deprimido. Necesitaba a su amo.
Meg era una niña muy dulce y cariñosa, pronto nos
hicimos muy buenas
amigas
–
Meg ya es
hora de acostarse – Porqué?
Aún no tengo sueño ,además
estoy preocupada por mamá.
– Vamos cielo
, tu mamá ya va a estar bien, lo sé. Creéme
- dije
esperando creérmelo yo también.
– De acuerdo ,
me iré a la cama, pero Lori cuéntame un cuento. Mamá
siempre me cuenta
éste- Meg
me acercó un gran libro de cuentos que había en su mesilla. Antes de
quedarse dormida por completo
me dijo algo que se me grabó muy cerca del
corazón - Eres muy
buena . Me gustaría que Albert tuviera una novia como tú.
Pasaron un par de días. Aún no se sabía nada de
Albert. Alexander
nos llevaba al hospital y nos traía de regreso. Trataba a Meg
como
si fuera una princesita, la regalaba muñecas, dulces, y todo lo que
se le
ocurría que a la pequeña podría gustarle. Ella se lo agradecía
con una sonrisa,
pues cerca de Alex apenas hablaba porque le
daba “muchísima vergüenza” .
Hasta ahora no nos habían dejado entrar a ver a
Madeleine pero por
fin llegó el momento. Madeleine Seymour era una mujer de
mediana
edad, su pelo era rubio y tenía los mismos ojos de Albert, si bien
estos eran menos duros que los de su hijo. De facciones perfectas,
era una
mujer que presentaba un aspecto delicado pero en absoluto
enfermizo. En sus
ojos se reflejaba la tremenda humanidad de esta
mujer y lo más sorprendente de
todo es que resultaba capaz de
transmitirla.
Estos días viviendo en su casa rodeada de sus
recuerdos había
aprendido a conocerla y también a quererla. Había visto fotos
de su
boda con un hombre algo mayor que ella pero muy guapo y de gran
fortaleza
física. Me fijé especialmente en las fotos de Albert
cuando era pequeño, su
rostro estaba iluminado con la misma sonrisa
que tenía cuando sele veía rodeado
de sus flores realizando su
trabajo. Todo esto propició que aún me sintiera más
unida a él.
Meg entró primero en la habitación y yo esperé en
la puerta, pero
ella se volvió y cogiéndome de la mano me hizo penetrar en la
estancia .
- Le gustaría
conocerte - me dijo - así , lentamente nos acercamos
al lecho donde reposaba su
madre.
Madeleine presentaba un aspecto exhausto, agotado pero a la vez se
la
veía feliz, orgullosa de haber
ganado una vez más en la batalla de su vida.
- Soy Lori
Anne Baker Lowenfeld - me presenté
tendiéndole mi mano
- ¿ Sabes ? Ella me ha cuidado y me ha
contado nuestros cuentos
favoritos -
Una pálida sonrisa esbozó en el demacrado rostro de la
señora Seymour. - Es
una buena chica- Dijo Meg graciosamente,
asintiendo con su cabeza como
queriendo afirmar que era cierto
aquello que decía.
-
Ahora puedo
dar gracias a Dios porque están conmigo mis dos
pequeñas. Acercaos, dejadme que
os bese. - Me quedé sorprendida al
escucharla oír decir eso . Posiblemente la
enfermedad la había
agotado en exceso trastornando su visión del presente, y
ahora
permanecía en un estado de semi -
realidad. Sin embargo ella estaba muy
consciente y sabia
perfectamente bien a que se refería.
Permanecimos un tiempo junto a ella hasta que se
volvió a quedar
dormida. No debíamos debilitarla más.
Por la noche Meg y yo estábamos recostadas en un
sofá en silencio.
Lyon a nuestros pies reposaba tranquilo. Pero enseguida
comenzó a
alterarse y a ladrar. Alguien estaba abriendo la puerta.
- Meg , mamá ,
ya estoy aquí y traigo muy buenas noticias
Albert había regresado. Le miré desde el umbral de la puerta, Meg
fue
corriendo a sus brazos, y le contó todo lo sucedido. De pronto
Albert palideció
y tras obligar a Meg a que se fuera a la cama,
mirándome con ojos henchidos de
furia me exigió de forma violenta
que abandonara esta casa.
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